En el vertiginoso panorama de nuestra actualidad, la búsqueda incansable de la felicidad se ha convertido en una constante en nuestras vidas. Pero, ¿Cuándo estamos conectando con la felicidad? A lo largo del tiempo, se han formulado cientos de definiciones sobre la felicidad, provenientes de diversas perspectivas científicas, religiosas y filosóficas, que van desde las cristianas y budistas hasta las más contemporáneas como la new age. No obstante, la definición que comparte la Dra. Marian Rojas Estapé posee una claridad asombrosa:

“La felicidad radica en nuestra habilidad para conectarnos con lo positivo, disfrutarlo al máximo y gestionar lo adverso con destreza.”

La noción errónea de que obrando el bien nos eximirá de las vicisitudes de la vida es un precepto que desemboca en desilusiones y desencanto. Las experiencias adversas son, en realidad, subproductos inevitables de nuestra existencia. La genuina felicidad se arraiga en nuestra aptitud para abrazar lo positivo, deleitarnos en ello plenamente y lidiar con valentía ante los retos y momentos difíciles que el transitar de la vida nos pone delante.

Abrazando lo positivo y abandonándonos en el momento presente. ¿Con qué frecuencia te detienes para saborear las bendiciones que has cosechado o los logros que has alcanzado? ¿O te encuentras inmerso en una búsqueda perenne hacia lo inalcanzable? En esta era de rapidez y agitación, es sencillo extraviarnos en la búsqueda interminable de lo más y lo mejor. Por ello, se torna fundamental cultivar la capacidad de estar completamente inmersos en el aquí y ahora. Con frecuencia, nuestra mente se enreda en rememoraciones pasadas o se consume en temores futuros, privándonos de la oportunidad de apreciar el instante presente. Abrazar el momento presente no solo nos posibilita saborear más intensamente la vida, sino que también nos concede una sensación más profunda de plenitud y satisfacción. Para encarar este proceso, quizás requieras práctica y adopción de técnicas como la meditación y la gratitud, las cuales contribuirán a sintonizarte con el presente. Comienza dando pequeños pasos, como detenerte a encontrar algo positivo en tu entorno, degustar una comida sin distracciones tecnológicas o simplemente respirar hondo y prestar atención a tus sensaciones en ese instante.

Navegando desafíos y afrontando momentos adversos. Aprendimos a soñar y a esperar una vida sin problemas, ese “vivieron felices para siempre” que escuchamos una y otra vez en los cuentos de hadas, aun siendo adultos cobra vida en nuestro subconsciente. La creencia de que alcanzaremos la felicidad cuando no enfrentemos desafíos ni atravesemos momentos desagradables es un mero espejismo, una forma de pensamiento mágico. Cada ser humano debe lidiar con sus propias batallas, puesto que son elementos intrínsecos de la vida misma. El concedernos tiempo para recuperarnos tras la adversidad es un acto de sensatez. Tal proceso implica la búsqueda de apoyo en amigos, familiares o profesionales cuando resulte necesario, y extraer lecciones valiosas de las vivencias previas. En efecto, todo en la vida se convierte en una enseñanza, en múltiples aprendizajes.

El Sendero hacia una Existencia Plena y Significativa. Es imperativo recordar que la felicidad no constituye un destino final, sino más bien un trayecto continuo. En lugar de focalizarnos exclusivamente en metas que se ubican en un horizonte lejano, aprender a valorar y celebrar los logros actuales desencadena una auténtica sensación de dicha. Este enfoque nos permite experimentar una satisfacción más profunda y duradera, ya que no se sustenta únicamente en metas distantes para experimentar regocijo y cumplimiento. Alcanzar un equilibrio entre conectarnos con lo positivo y lidiar con lo negativo emerge como la clave. Cada experiencia, ya sea favorable o adversa, contribuye al relato único que entretejemos con nuestras vidas.

En síntesis, lo que somos hoy constituye el resultado fusionado de nuestros aciertos y desaciertos.